
La madre que lo parió, ¡Qué suerte!
Sí, es así, es una forma de suerte que en el fondo le sirve para poco.
Te voy a contar una historia…
Un cliente envió un email a la dirección de un restaurante quejándose de ciertas cosas.
Este es el texto:
Queridos… patatín, patatán (hay que proteger la intimidad de los afectados).
Me pongo en contacto con ustedes porque hace dos noches fui a cenar a su restaurante y me quedé muy sorprendido con su servicio.
Nada más llegar, me percaté que el aparcacoches tenía una tarjeta identificativa, no llevaba el chaleco reflectante tan necesario para identificarlos, como lo que son, aparcacoches.
Muy cerca de su puerta, ya en la acera, había un indigente pidiendo, algo que les da muy mala imagen, además, casi me vi obligado a darle una moneda de dos euros, por suerte mi acompañante tenía suelto y solo nos llevó cuarenta céntimos.
Ya dentro, los camareros vestían con una ropa de un color muy extraño, supongo que es cuestión de modas, pero ese negro rozando el cris me exasperaba. Intenté calmarme y pedí cubiertos de color azul pálido, ese color me relaja. La contestación de su jefe de sala o jefe de camareros, no lo tengo claro porque aunque iba de traje, no le pegaba la corbata con la montura de sus gafas, fue educada, pero no me solucionó el problema y pasé toda la cena con una angustia terrible por obligarme a utilizar unos cubiertos convencionales.
La comida y el postre no estaban mal, se dejaban comer, aunque le sugeriría al jefe de cocina que colocara mejor la comida en el plato porque, aunque es sencillo emplatar, él debería saberlo, tiene su gracia y comer cuando todo está desordenado, sin una amalgama de colores y textura bien diseñada, no es agradable.
Al salir de su restaurante intenté que el pobre de la puerta no me viera, algo que fue imposible porque el aparcacoches, de forma casi automática, me dijo: “ahora mismo le traigo su coche”. Pista más que suficiente para que el indigente se percatara de nuestra salida. El caradura buscaba otros cuarenta céntimos o incluso los dos euros que no le habíamos dado a la entrada, todo por culpa de su aparcacoches. Por favor, eduquen mejor a esa persona porque nos causó un gran problema. Tuvimos que volver a entrar en el local y esperar dentro.
Lo que pretendía ser una noche agradable entre dos personas se convirtió en una terrible pesadilla.
Tengo claro que ustedes, como responsables de su restaurante, deben tomar medidas para que no se vuelvan a repetir las circunstancias que me obligan, de momento, a no volver a su local.
Espero que las corrijan cuanto antes y me lo hagan saber, para ver si me planteo ir de nuevo.
Un cordial saludo,
Un cliente insatisfecho.
Volvamos a lo importante.
¿Crees que este cliente tiene razón?
Yo creo que sí.
Él tiene su razón y de ahí no lo sacas ni con agua caliente.
Por eso el cliente siempre, siempre, siempre tiene la razón, la suya.
Cuando entiendes esto, todos tus problemas con el cliente se disuelven, porque aunque quieras mandarlo a la mierda. echarlo a patadas de tu local o mandarle a su casa un sobre lleno de cucarachas…
Aprendes que lo único que puedes hacer es decirle:
¡Tiene usted razón!
Y cuando ya está calmado, puedes continuar con un “Y que te parece sí… y patatín, patatán… lo vas llevando a tu terreno, con educación, respeto y siempre, con ganas de ayudar, pero… a tu terreno.
Tomar consciencia de que los clientes se mueven (como todas las personas) en función a “su razón”, te dará ventaja.
En cuanto al email del cliente insatisfecho, ¿qué crees que le contestó la dirección del restaurante?
En unos días te daré la respuesta, mientras…
¡Apúntate!